miércoles, 15 de junio de 2022


 Quisiera compartir una pequeña historia que me ha tocado vivir mientras compartía un rato con mi padre en un parque cerca de casa. Es, como digo, una historia anecdótica pero de un ámbito particularmente presente en nuestras vidas, como son los #cuidados.

Estando sentado en un banco a la sombra junto a mi padre y su cuidadora, teníamos a unos metros de distancia a una mujer mayor en silla de ruedas. Su rostro: tristeza, mirada perdida... Varios metros detrás de ella, a otra altura y sentadas mirando en dirección opuesta, hay dos mujeres jóvenes charlando entre sí. Intuyo que una de ellas debe ser la cuidadora.
Pasados quince minutos en los que veo que ni se giran de vez en cuando para ver si la mujer mayor se encuentra bien, me acerco.
Le pregunto a la mujer si se encuentra bien. No sabe contestarme. Probablemente tenga algo de deterioro cognitivo.
Buscando la reacción de la persona cuidadora, vuelvo a preguntar pero elevando un poco la voz. Nada. Ni se giran.
Finalmente me dirijo a ellas y les pregunto si esa mujer está bajo su cuidado. Ahí es cuando, por fin, giran la cabeza. Me dicen que sí, que una de ellas es su cuidadora. Vuelven a darnos la espalda y siguen con su conversación.
Me invade una sensación de cabreo y les digo que no me parece bien que la hayan dejado ahí, sola, que ni la miren, que no es un mueble, es una persona.
Finalmente, la cuidadora se levanta y se aproxima a la mujer. Me da la razón. Empuja la silla de la mujer y se va del parque con ella.
Quisiera creer que realmente se ha dado cuenta de que no estaba actuando bien. No lo sé. Lo que sí sé es que espero no verme en esa situación.
Esto me lleva a reflexionar sobre mis expectativas sobre el cuidado. De mi padre, con #Alzheimer. De nuestro futuro. Aún en el domicilio, con todo lo que ello implica para bien y para mal.
Igual muchas no sabéis que en estas fechas hay un intenso debate sobre los cuidados. Pese al clamor social tras lo vivido en la pandemia, parece que grandes patronales, responsables políticos, e incluso profesionales y familiares rechazan la propuesta de cambio de modelo de cuidados. Lógicamente por razones muy diferentes. Unas por lo que supone para su cuenta de resultados, otras por que consideran la propuesta insuficiente.
Mientras, las personas que viven con necesidad de apoyos siguen a la espera. Sus familias también. ¿Cabe imaginar que todo quede en un pequeño maquillaje, que no se vaya al fondo del asunto?.
Cuidar no es solo asear, dar de comer, vigilar la medicación... es acompañar a la persona para que continúe disfrutando de esas pequeñas cosas que a uno le hacen abrir los ojos y querer ponerse en pie cada mañana. Facilitar un tiempo que, pese a todo, merezca la pena vivir. No un lento transcurrir de horas y minutos, llenos de silencio, soledad y tristeza.
Como sociedad, y aunque sea por puro egoísmo, no podemos dejar pasar un tren que difícilmente va a volver. Hoy las abandonadas son ellas, mañana nosotras. Que no se nos olvide.
Autor: Juan Carlos Mejía Acera

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